Procedente del Chaco, llegó a Rosario gracias a su padre, quien había encontrado empleo en la ciudad. Se desempeñó como medio oficial letrista, pintor, verdulero y albañil, pero su verdadera pasión siempre fue el fútbol
Luchó por alcanzar la Primera División y, tras un arduo camino, se consolidó como una figura inmortal y leyenda del club canalla
Rosario Central despide a una de sus grandes glorias. A un distinto, sin lugar a dudas. Omar Arnaldo Palma, el Negro, el Tordo, Palmita. El “bajito” al que muchos no se animaban a poner en las inferiores se hizo grande. Tan grande que hoy llora su partida el pueblo canalla entero.
“Siempre quise ser como Poy, como Kempes, creo que los igualé y en campeonatos los superé, pero esto cariñosamente, porque yo tuve la posibilidad de jugar más años en Central”, dijo un Palma ya retirado en una entrevista con TyC Sports.
Había visto a esos dos emblemas del club durante sus primeros años en Rosario, tras mudarse de Campo Largo, un pueblo de hacheros y campesinos al borde del Impenetrable chaqueño, porque su papá, Gerónimo, había conseguido trabajo en la ciudad.
Era un nene de siete años cuando Mercedes, su mamá, lo subió a un tren del Ferrocarril Belgrano junto a sus cinco hermanos, un varón y cuatro mujeres. “Para mí, que era un pibe de campo, era como viajar a la Luna”, recordó en una conversación con el periodista Miguel Pisano para la revista El Gráfico.
Vivió primero en la villa de Empalme Graneros. Después toda la familia se mudó a barrio Sarmiento, muy cerca del Gigante de Arroyito. “Dormíamos en una pieza –dijo Palma– unos arriba de otros”.-
Rosario 3.-